13 maneras de mirar a una gorda by Mona Awad

13 maneras de mirar a una gorda by Mona Awad

autor:Mona Awad
La lengua: spa
Format: epub
editor: 2017
publicado: 2017-01-04T09:10:20+00:00


En el dormitorio, algo más tarde esa misma noche, va saltando de canal hasta que encontramos una vieja película de Hepburn que yo no he visto.

—¿Cómo? ¿Que no la has visto?

Aunque me asegura que es su preferida, no está mirando la pantalla. Me mira a la cara para comprobar si me estoy fijando en las partes más bonitas, en todas esas frases que ella se sabe de memoria. Yo mantengo el rostro impertérrito sentada junto a las puertas correderas del balcón, con su cenicero de cristal entre mis piernas extendidas, exhalando anillos de humo por la rendija abierta entre la puerta y el marco. Finjo no percatarme de que me está mirando.

—Qué gusto —dice mi madre sin resuello desde la cama—. Me encanta estar así. Relajadas.

¿Seguro que estás bien aquí sentada? Le pregunté esta noche en el club de salsa, mientras unas gotas de sudor se precipitaban desde mi barbilla al interior de su refresco de arándanos con lima.

Me lo estoy pasando en grande, me dijo meneando los talones y tomando un sorbito de su bebida como queriendo demostrarme lo en grande que se lo estaba pasando. Tú sal ahí a bailar, me dijo. ¡Anda ve, ve! Toda la noche se la ha pasado mirando desde una mesa, mientras a mí se me pasaban de uno a otro en la pista de baile. Dando pasos que no había dado en la clase gratis de salsa y que hacían que me tropezase, pero aun así yo he hecho lo imposible por seguirles; tú sígueme, es fácil, o al menos es lo que me decían todos esos hombres con pies de pantera. No te esfuerces tanto, eso me ha dicho un hombre vestido con una guayabera negra estampada con llamas rojas cuando he perdido el equilibrio en un giro. Te estás esforzando demasiado, me ha dicho. En parecer sexy. En mover las caderas. Tú solo escucha la música. Sigue el ritmo y nada más. Y cabreada, he vuelto a donde estaba mi madre.

¿Podemos irnos ya a casa, por favor?

Pero ella no ha querido que nos fuésemos hasta que ya no quedaba ni un solo hombre en la pista y la banda había empezado a recoger. Llegado este momento, yo estaba convencida de que querría volver a casa, pero cuando se lo he sugerido, me ha dicho, Pero ¿estás de coña? ¡La noche es joven! Vamos a donde irías tú si yo no estuviese aquí y estuvieras con tus amigas. Y la verdad es que yo me iría a casa. En cambio, ha echado mano de una guía de ocio que ha encontrado tirada en una papelera en un rincón y me ha hecho buscar algún garito del distrito de Capitol Hill donde celebrasen una Noche Gótica.

¿Estás segura? Le he preguntado mientras ella le tendía dos billetes de cinco a un hombre vestido con ropa bondage que nos ha estampado sendas serpientes negras en la mano.

Venga, me ha dicho mi madre por encima de la estridente música industrial alemana, a la vez que me plantaba de un empujoncito bajo el barrido de los haces de luz saturada de polvo.



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